Es
probable que Slavoj Zizek sea uno de los filósofos más exhibicionistas y menos
profundos que he leído. Ello no significa que no pueda llegar a ser ameno o que
ciertos pasajes o disertaciones alrededor de un tema carezcan de interés. Su
vistosa actualidad, sus referencias al cine y su retórica especulativa lo
auxilian en la construcción de su celebridad. Que un escritor metido a la
filosofía sea famoso no es mal negocio. Al contrario: su lectura, aun causada
por el morbo y el ruido comercial, será casi siempre provechosa. Que no sepamos
exactamente qué es lo que hace cuando escribe parece algo secundario. Si uno
mantiene la calma es probable que el movimiento especulativo de su escritura produzca
alguna disertación con sentido o brillo. A Michel Foucault se le señalaba como
un transgresor del género académico. Se comportaba como un historiador, un
sociólogo, un filósofo y un crítico de la cultura sin que ello restara calidad
o dirección a sus libros. No era un émulo del caos como Zizek. La filosofía no
siempre mantiene la obsesión por la verdad o la certeza lógica. También es un
ejercicio que busca construir preguntas, o una manifestación de un temperamento
y estilo literario.
No
desprecio el desorden reflexivo o la digresión temática como medios o
manifestaciones de la creatividad. Desde Montaigne hasta Peter Sloterdijk hemos
leído a ensayistas y filósofos que se han beneficiado de esta vagancia del
pensamiento. Lo que me molesta de Zizek es que sea un espejismo y una alegoría
que se agota una vez que el brillo de su esgrima intelectual se desvanece. No
estamos ante un pensador de la nada, sino ante la nada misma. Juez y parte de
una época entregada a la pantalla. Sus lectores se sienten confortados porque
en vez de enfrentarse a una pura cultura libresca se encuentran a cada dos
pasos con referencias al cine. Y en ello Zizek es abusivo: no se detiene a la
hora de descubrir la verdad o el sentido de una película que él interpreta con
la firmeza de un sádico e inquisidor parcial. Impone a las obras
cinematográficas un carácter de objetividad que no tienen y es experto en
edificar una capa secundaria que nos ofrece un mensaje que se supone él
descubre. Y el lector, embelesado, se entrega a la especulación de artificio, a
la verdad que el mago obtiene de su chistera en espera del aplauso inevitable.
En la lectura de Acontecimiento (editorial Sexto Piso) me ha acosado el constante
sentimiento de estar siendo engañado. He tomado la lectura con el sentido del
humor necesario y he intentado leer sin prejuicios. Y, no obstante mi buen
ánimo, termino agotado e incluso mal humorado cuando leo —por ejemplo— que
el escritor sugiere al Parménides como
el mejor diálogo de Platón. Dudo que
Foucault e incluso Baudrillard (tan espectacular en sus conclusiones y tan seducido
por las palabras) hubieran llegado a realizar esta clase de valoración
mercadotécnica: el mejor, el número uno, el verdadero y único. No quisiera ensañarme con el escritor esloveno
señalando meros pasajes o haciendo énfasis en un par de páginas. Sería una
crítica injusta y además imposible de llevar a cabo en esta escueta y breve
nota. Pero me resulta evidente la intención general de esta obra en particular:
inventar un concepto (el Acontecimiento) con el único fin de ejercer la
especulación, la literatura, la crítica de cine y de practicar gimnasia en el
campo de una imaginación desbocada. Tengo la impresión de que al leer sus
libros los lectores estamos pagando su formación. Zizek escribe guiones para
desarrollar conceptos al vapor. Preguntarse “¿Cuándo tuvo lugar el
acontecimiento?”, es aparte de una pregunta sin sentido, una argucia
taquillera. (Por lo demás, la editorial Sexto Piso ha publicado a autores como
John Gray, Alberto Caraco, y otros —incluso Giorgio Agamben— que me parecen
sólidos y provechosos).
No me molestan las constantes citas o
alusiones a Hegel o a Lacan en el citado libro de Zizek porque sigo pensando
que somos enanos en hombros de gigantes (pese a que la obra de Lacan, en lo
personal, me sea prescindible) y que la búsqueda de un fundamento proviene de
la lectura de los filósofos que nos precedieron. Me hartan las referencias al
cine venidas de la nada, consecuencia de un impulso más que de una estrategia.
¿Libertad o barullo? El sicoanálisis tampoco me interesa gran cosa y creo a
grandes rasgos que quien haya leído a fondo a Schopenhauer puede prescindir de
Freud, no obstante que todo lo sabemos entre todos. Sloterdijk, Rorty, Nagel,
Gadamer y tantos otros filósofos se hallan a la espera de ser leídos y
comprendidos hasta donde sea posible. Como apostilla a favor de Slavoj Zizek
diré que su escritura es creativa y que al menos pone a cierta clase de
lectores a pensar: es culto y entretenido, es audaz y buen creador de
metáforas. Quizás algún día sea un filósofo.
Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 1
de diciembre de 2014.