sábado, 11 de marzo de 2023

BIOGRAFÍA


Guillermo Fadanelli nació en la ciudad de México en el Hospital del Sagrado Corazón ubicado en Calzada de Tlalpan. Un hospital que ha dejado de existir: ahora es un hotel. A los nueve años libra su primera pelea con los puños y un niño al que apodaban el Caperuza le parte la madre. A los once años, su padre lo mete a una escuela militar donde en lugar de corregirse se hace más cínico. A los trece gana su primera pelea después de un amplio historial de derrotas. A los dieciocho tiene su primer auto: un Rambler 67. Su primer viaje es a San Francisco a los veintiuno. Allí conoce a su tío Johnny, ex-combatiente de Vietnam, quien lo inicia en el arte de beber toneladas de cerveza. A principios de los años ochenta entra a estudiar Ingeniería y nunca obtiene el título porque evita entrar a clases. Aquí es cuando la literatura comienza a ser interesante para él. En Ingeniería conoce a Yolanda Martínez y al lado de un grupo de amigos funda la revista Moho. Su primer libro se titula El día que la vea la voy a matar publicado por editorial Grijalbo. A principios de los noventa cuida árboles de Navidad en la esquina de la 87 y la Segunda Avenida de Nueva York: le pagan 1,500 dólares. Después trabaja como dependiente de una pastelería en Madrid; no recibe sueldo, pero a cambio de su trabajo le dan techo y alimentos. Vive en Berlín un año y se sorprende que sirvan tibia la cerveza. También se interesa en la biografía de los Hohenzollern. En Bogotá y La Habana hace buenos amigos. En Lima deja plantada a la prensa (un diario anuncia su desaparición y posible secuestro) y en Graz va a beber con el director del Museo de Criminología. Ha publicado varias novelas y se aferra a seguir al frente de Editorial Moho. Ya casi no tiene amigos porque los ha perdido con el pasar de los años. Y parece estar muy contento.

ANORMAL Y DESORDENADO

 "Recuerdo que en mi infancia, normal, ascética y monoteísta, mi madre exigía que pusiera yo orden en mi recámara. ¿Orden? ¿Qué significa eso más allá de colocar la almohada en la cabecera de la cama y levantar algunos artefactos del piso? No lo comprendía. Tiempo después concluí que el orden es una moral y que cuando no es un acuerdo, entonces es una imposición. Los planetas obedecen  un orden arreados por la gravedad, sin embargo los humanos lo inventan, a veces amparados en el buen tino, otras para volvernos más desgraciados. Donde mi madre veía un desorden abominable, yo sólo encontraba normalidad habitable..."

Columna Terlenka de Guillermo Fadanelli.

Publicada en El Universal el 10 de octubre de 2022.


 

domingo, 12 de febrero de 2023

PINTURA Y MESEROS

 "Repasando mi otro humilde talento —la pintura y arte— prefiero contar una anécdota: hace unos días estuve detrás de la barra de la cantina Tío Pepe (en la calle Independencia; Centro), comentando el libro La pierde almas (historia de una cantina). A mi lado, se hallaban Guillermo Santos, joven crítico y ensayista; Fausto Rasero (fotógrafo y empresario) y el artista, Jonathan Barbieri, de quien ya he escrito en estas mismas páginas. Fue una noche amable en una de las posadas más célebres y rancias de la Ciudad de México y cuya cauda de clientes y sucesos son interminables; desde la presencia de escritores, personajes y artistas como de su historia de locación literaria y cinematográfica; en Santa, o El complot mongol, respectivamente, por ejemplo. A ello, sumo la experiencia de haber estado al lado de uno de los pintores más genuinos y singulares de México. Sé que una obra me conmueve cuando es brutalmente honesta, ensimismada y su estar en el mundo es, además, necesario. No puede no ser. Su concepción es explosión del pasado en el presente. Yo escribí un largo ensayo en ese libro en el que concebí el Romanticismo como un horizonte moral y conceptual y no como parte de una tendencia histórica determinada..."

Columna Terlenka de Guillermo Fadanelli.

 


Publicada en El Universal el 3 de octubre de 2022.

domingo, 5 de febrero de 2023

¿Educar a los topos?

"Recuerdo que, si deseabas faltar a una práctica o evitarte una revisión o un servicio obligatorio, sólo tenías que llevarle una botella de ron al subteniente y así excusarte. Mi memoria guarda aún los golpes con baqueta, fajilla, espadín, cordones que el jefe de grupo, el oficial del grado escolar o cualquier superior te propinaba sólo porque se les daba la gana. En el comedor, pese a que cada cadete tenía derecho a una porción de pan y de carne, el jefe de mesa consignaba tu porción, para rellenar sus tripas. Y yo no podía quejarme con nadie, pues la estructura jerárquica estaba coludida y era impermeable a cualquier deseo de restitución o de justicia. Los alumnos más brutos, fuertes o de mayor edad gobernaban la escuela y el internado. El director de la escuela sabía de todas estas tropelías, pero las consideraba necesarias para que la maquinaria funcionara. Todo ello sucedía en la escuela militarizada en la que fui recluido siendo un adolescente. La idea de orden, disciplina, fortaleza física y carácter que enarbolaban los ideales de la escuela eran en realidad autoritarismo desmedido, ética lobina entre fuertes y débiles, y disminución de la dignidad individual y del aprecio o amor a uno mismo. Y, sobre todo, no podías acudir a una instancia capaz de castigar a los abusadores, maleantes y corruptos..."

 

Columna Terlenka de Guillermo Fadanelli.

 

 

Publicada en El Universal el 26 de septiembre de 2022.