"Recuerdo que, si deseabas faltar a una práctica o evitarte una revisión o
un servicio obligatorio, sólo tenías que llevarle una botella de ron al subteniente
y así excusarte. Mi memoria guarda aún los golpes con baqueta, fajilla,
espadín, cordones que el jefe de grupo, el oficial del grado escolar o
cualquier superior te propinaba sólo porque se les daba la gana. En el comedor,
pese a que cada cadete tenía derecho a una porción de pan y de carne, el jefe
de mesa consignaba tu porción, para rellenar sus tripas. Y yo no podía quejarme
con nadie, pues la estructura jerárquica estaba coludida y era impermeable a
cualquier deseo de restitución o de justicia. Los alumnos más brutos, fuertes o
de mayor edad gobernaban la escuela y el internado. El director de la escuela
sabía de todas estas tropelías, pero las consideraba necesarias para que la
maquinaria funcionara. Todo ello sucedía en la escuela militarizada en la que
fui recluido siendo un adolescente. La idea de orden, disciplina, fortaleza
física y carácter que enarbolaban los ideales de la escuela eran en realidad
autoritarismo desmedido, ética lobina entre fuertes y débiles, y disminución de
la dignidad individual y del aprecio o amor a uno mismo. Y, sobre todo, no
podías acudir a una instancia capaz de castigar a los abusadores, maleantes y
corruptos..."
Columna Terlenka de Guillermo Fadanelli.
Publicada en El Universal el 26 de septiembre de 2022.
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