Vivía en una
colonia llamada Rinconada Coapa, y escuchaba una canción de Paul Simon. Y no me
avergüenza recordarlo porque mi pasado es oro junto a mi presente. “50 formas
de dejar a tu amante”, se llamaba la canción de Simon, aunque la traducción que
hicieron en México fue otra, y yo me aprendí la letra y cantaba porque era
adolescente. Ya después uno debe callarse para hacerse el maduro. Y la canción
decía: “El problema está dentro de tu cabeza”, “Simplemente escápate sin que te
vean”, “No necesitas discutir mucho, sólo arroja las llaves y libérate.”,
Frases así rezaba la canción. Y cuando crecí pensé escribir un libro que
llevara ese título, “50 formas de perder a quien amas.” Pero después me puse
serio y comencé a leer libros serios y el camino se torció. Debí escribir aquel
libro, porque yo soy bueno en hacer sufrir a quienes me quieren y podría dar
esos cincuenta consejos sin pestañear. Ya después esos “que me quieren” se
acostumbran a mí como a la lluvia, o se van.
Intenta ser elegante cuando nunca lo has
sido y causarás pena y tu amante se entristecerá hasta desear la horca. Y dile
que su rostro te recuerda una canción, cuando en verdad te recuerda a otras
cincuenta mujeres y ella lo sabrá, no sé de qué manera lo hace, pero sabe que mientes
y entonces la perderás. Y si ella tiene un perro dale de comer croquetas en la
palma de tu mano y la mascota pensará lo mismo que ella, que eres un hipócrita
porque estás a punto de vomitarte y ambos escucharan el tenebroso sonido que
comienza a crecer en el esófago o en esa región extravagante que la gente llama
“entrañas.” Debí haber escrito aquel libro porque en esos tiempos no tenía
ningún motivo, ¿no es así como, de la nada, aparecen los buenos libros? Sin
tener ningún motivo. Ahora poseo experiencia, sí, por desgracia tengo
experiencia y soy observador y veo las arrugas nacer a muchos años de
distancia. Hoy debería intentarlo de nuevo, volver a las orillas del Canal de
Cuemanco y escribir “Cincuenta maneras de perder la muerte”, de escaparme sin
que me vean, de arrojar las llaves que guardo en la cabeza y liberarme. “No
necesitas discutir mucho”, si quieres perder o dejar a quien amas y ahorrarte
cuarenta y nueve escalones entonces comienza a discutir con ella. Y un hoyo se
abrirá bajo tus pies; discute e intenta solucionar los problemas con palabras y
lo que antes era roca se convertirá en arena, discute, argumenta, abusa del
lenguaje y ella se irá aunque permanezca a tu lado y cante las canciones que a
ti te apena recordar. Si no quieres extraviarte agacha la cabeza, ponte la
cadena en el cuello y pon lodo en tus oídos. No hemos escuchado nada, no
sabemos nada, no podemos añadir nada a lo escrito, acaso arriesgar una frase como:
“¿Has notado que ya nadie habla del Monte Everest?”, o: “Me parece sumamente
extraño que las enfermedades se curen.” Una observación y la mirada al piso. El
libro en ese entonces, quiero decir el libro que debí escribir cuando escuchaba
la canción de Simon, habría sido una inocente obra maestra que nadie habría
leído porque el adolescente que escribe no escribe, sino solo crece como el
árbol. Y una obra que no lee nadie más que quien la escribe es pura y existe
por sí misma. Si quieres perder a tu amante no tienes más que desearla y ella
se irá, y tú subirás al autobús, arrojarás la llave, no discutirás y te
liberarás. “Ella me dijo, me duele mucho verte sufrir así, ¿qué puedo hacer
para verte sonreír de nuevo?” Y una mañana mientras ella preparaba su té, salí
de su casa y no volví, tomé el autobús y arrojé las llaves en una coladera, no
junto a un árbol, porque llegan manadas de perros que lo mean todo, los
malditos perros. Ahorra, compra unos zapatos resistentes y aléjate, deja a
quien amas, camina hasta que tus rodillas se astillen y tu corazón comience a
pensar en él mismo. O toma una botella de alcohol en las mañanas y así la
dejarás a ella, a ti, y tus amigos vendrán o te esperarán en el autobús, allí
estarán, en el asiento catorce, en el veintidós, te dirán: “pendejo, te hemos
esperado mucho tiempo, el chofer fue a despedirse de su esposa, pero ahora
vendrá y nos pondremos en marcha.” Debí escribir ese libro, cursi y redundante,
¿no es tal la senda del perdedor? Una senda que termina en el presente. Me ha
tocado el asiento número nueve. ¿A qué horas nos ponemos en camino?
Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 18
de noviembre de 2013.