En
Prosa y circunstancia, un libro de Enrique Lynch que me fue sustraído
durante una visita que hice a Saltillo, el escritor y filósofo escribe una
lista de los actos y cosas que más le desagradan. Cuando repasaba esta lista me
decía a mí mismo: “Algún día haré una lista de lo que más detesto.” Y de
inmediato me respondía (también a mí mismo) que a nadie le importaban mis
fobias y que a esta edad una lista de tal naturaleza ocuparía varios tomos y
sería tan larga que ni siquiera Emanuel Swedenborg o Isidoro de Sevilla habrían
podido emularla en extensión y diversidad. También podría parecer un ejercicio
vano o un disparate si se olvida que incluso hacer una lista sencilla de lo que
nos repugna es consecuencia de una experiencia y ética particular. Y, sin
embargo, no voy a darle la espalda a este deseo y escribiré un extracto de esa
amplia enciclopedia que almaceno en mi ánimo y en mi mente.
Me despiertan temor todas las personas que están detrás de una
ventanilla; me desagradan las mesas en la banqueta; quienes no te aceptan una
copa porque no beben; los que tienen asuntos importantes y urgentes que
resolver; los perros de aspecto feroz; me enferma todo aquel que toca un claxon;
quien para hablar contigo se te acerca y rebasa los cincuenta centímetros de
distancia; no me gustan las personas que aceptan de buena manera los halagos;
ni los ebrios que aceptan honradamente ser ebrios; ni quienes citan a un
filósofo o a un escritor sin haber leído uno sólo de sus libros; me disgustan
los vegetarianos que nunca rompen sus normas y no te aceptan un taquito
ofrecido de buena gana; los académicos que se aferran con siete uñas de un
escaño universitario; me causan urticaria los bares o restaurantes de moda; las
personas que quieren relacionarse con “gente del medio”; los publicistas
iletrados; Slavoj Žižek; los automóviles nuevos. Es
extraño que logre soportar a la gente que se viste con elegancia; a quien tiene
más de tres pares de zapatos; a los políticos que tratan sus negocios en el
desayuno; a las mujeres que hablan de futbol en minifalda; a los que tienen
“antojo” de mariscos; me molestan los gatos que tienen nombres ingeniosos; las
personas que tienen mascotas exóticas; los que inventan una nueva bebida; los
“patrones” que uniforman a sus sirvientes; los guaruras; los meseros
colmilludos; los padres que hablan con sus bebés en voz alta; los gimnasios; Lacan;
las novedades de Apple; los edificios que tienen más de cinco pisos; los
microbuses; el golf; los elevadores estrechos; los expertos en finanzas; las
perfumerías; los puestos de tacos; quienes bailan durante toda la fiesta; los
que buscan un lugar original para divertirse; abomino a quien da consejos de
belleza; a quienes presumen de ser “informales”; a los que llaman por teléfono
sin dejar mensaje o llaman sin conocerte; me deprime todo lo que está ligado a
un banco; me dan grima las modelos del año; los actores famosos; los guías de
turistas; la película que ganó el gran premio; los juegos olímpicos de
invierno; los narcos célebres; los aplausos; las maletas; Facebook; el
espectáculo de medio tiempo; los tacaños; los efectos especiales; las parejas
que hablan a un “profesional” de sus problemas íntimos; los que no cenan; los
influyentes; detesto a los taxistas que te cuentan historias interesantes; a las
jóvenes promesas; a los tímidos que te miran de reojo; los vestidos amarillos;
a quienes citan a Borges; sospecho de las personas que usan las palabras
“discurso”, “sistema” y “cambio”; de los que te sugieren el mejor vino; de las mujeres
que van en grupo al baño; me disgustan los que heredaron la receta de la
abuela; los que guardan recuerdos invaluables en el closet; los que lloran a
solas; los que lavan su coche. Y así.
Como podrán ver esta lista podría continuar y desplazar en extensión a
cualquier biblioteca. La he escrito sin meditar y solamente esperando a que las
fobias aparecieran por sí mismas. Cada una de estas antipatías es como la punta
de un iceberg. El mundo entero cabe en esta lista y el único exiliado, por
supuesto, debería ser yo: el loco y el amargado. Pero mi honestidad es tal que
cuando me encontraba enumerando cada una de las cosas, personas, actos,
animales o hechos que me disgustan experimentaba un ligero dolor en el
estómago. Si intentara añadir los nombres de todas las personas públicas
detestables que existen tendría que tomarme varias vidas para hacerlo. Al igual
que los actos éticos reprobables, los nacionalismos, los criminales, etc… Pero
éste ha sido sólo un extracto y un ejercicio de repulsión. Ya escribiré alguna
vez una lista de lo que me agrada y será tan breve como un aforismo. ¿Cómo se
puede vivir así?
Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 3 de
marzo de 2014.