Al enterarme del atentado sufrido por el
semanario Charlie Hebdo, en París, a manos de terroristas, recordé uno de los
principios que Hans Küng propuso para lograr la convivencia pacífica entre diversas
religiones: la puesta en práctica de una ética global. En sus palabras: “No hay
diálogo entre las religiones sin normas globales éticas.” Hans Küng es un
teólogo suizo y un escritor de obra abundante de quien es muy sencillo tener
noticias, así que no me extenderé en su biografía. Las víctimas del semanario
Charlie Hebdo, son víctimas porque su vida ha sido trastornada de la noche a la
mañana: o han muerto, o sus lesiones físicas los han convertido, para mal, en
otras personas. En cambio, un dibujo satírico o una referencia burlesca a
Mahoma ¿a qué musulmán mata? ¿Es capaz de causar daños sicológicos tan
profundos que éstos transformen radicalmente y para mal la vida de un creyente
ofendido? No podría responder con certeza a la segunda pregunta, aunque supongo
que los extremistas encuentran en la mofa de sus símbolos religiosos una
humillación insoportable. Sin embargo, yo no acepto comprender que a una
caricatura o a una sátira de las costumbres —la que además encuentra, en el
caso de Charlie Hebdo, su sentido en el arte— se le responda con el asesinato y
el terror. No hay un punto de vista verdadero ni totalmente objetivo en este
caso: es uno quien lo hace verdadero a partir de la propia convicción ética
sumada a un esfuerzo de comprensión y tolerancia hacia las costumbres ajenas.
La idea de una ética global, de Hans Küng marcha en esa dirección. El teólogo
quiere que las religiones conversen porque sin diálogo no existe paz ni
supervivencia. Y para ello cree necesaria la presencia de una ética global o universal.
Ya Kant, en el sentido científico y estricto de la filosofía, había intentado
dar con unos unos principios éticos universales. Y Richard Rorty había hecho lo
suyo, pero anteponiendo la perspectiva, la conversación y la hermenéutica (o
interpretación) a la ruda noción de una verdad universal que debía valer o
imponerse a cualquier precio. No hay manera —desde una perspectiva civil o secular— de
justificar los crímenes a mansalva sucedidos en Francia. Y lo que Hans Küng
persigue, en esencia, es la edificación de una especie de religión civil que
ponga en la mesa normas globales éticas para la conversación entre religiones.
Cito ahora textualmente algunas palabras y juicios extremos de Thomas
Bernhard cuando le realizaron una entrevista en los años ochenta, poco antes de
morir. “Un libro traducido es como un cadáver, mutilado por un coche hasta
quedar irreconocible. La verdad es que los traductores son algo horrible. ¿Por
qué traduce alguien? Debería escribir sus propias cosas. Traducir es un trabajo
de criado.” ¿Qué se hace con esta clase de comentarios?, me pregunto. Ubicarlos
en la circunstancia propia de un escritor que, además de crear obras
importantes, goza siendo malvado a la hora de expresarse. ¿O acaso un grupo
extremista de traductores tendría que haberlo asesinado? No necesito hacer la
defensa de la traducción como estímulo necesario en el natural movimiento del
lenguaje. Mas debo decir que quien traduce interpreta, coincide, disiente,
acuerda, conversa e inventa un orden que le da sentido al vivir en comunidad. Casi
todos los traductores de mis novelas a otros idiomas son mujeres, y he
mantenido con ellas una charla constante comentando acerca de sus dudas o
preguntas sin oponer ninguna resistencia: Nelly Lhermillier, Elena Rolla, Cristina
Fradusco, Rinat Schnadower, Sabine Giensberg, Alice Rose Whitmore. Todas ellas
son para mí una prueba de que el juicio de Bernhard es una tontería estética.
Yo no sé leer en hebreo pero la conversación con Rinat me dejó en claro que
teníamos coincidencias semánticas con respecto a mi novela. Y cuando la alemana,
Sabine Giensberg, me dijo que antes de comenzar a traducirme hacía yoga y se
relajaba para soportar mis exabruptos no me ofendí. Al contrario: me dio risa
su método y aunque no podía yo creerlo, aceptaba que a ella su estrategia le
daba resultados fructíferos. ¿Y a raíz de su comentario acerca de los
traductores tendría yo que dejar de leer a Bernhard? Claro que no: ello sería
una acción extrema y estúpida desde mi punto de vista. Me perdería a un
escritor notable que en mi saber vale por una centena de escritores
políticamente correctos. La idea de Küng sobre la convivencia entre religiones
la ha respaldado cuando afirma, por ejemplo, que el Papa y la Iglesia católica
no son infalibles y, por lo tanto, pueden ser objeto de crítica. Todos somos
objeto de crítica, e incluso de burla: lo que somos o hacemos puede ser
satirizado. Duele vivir.
Columna:
TERLENKA. EL UNIVERSAL, 12 de enero de 2015.