La revista A CONTRACORRIENTE, una revista de historia social y literatura de
América Latina, publica la entrevista realizada a Guillermo Fadanelli por Emily
Hind, University of Florida.
Aquí se puede leer la entrevista completa:
OTOÑO, 2016.
Inicio y fragmentos de la entrevista:
A pesar de
los cinco libros de ensayos, unas seis colecciones de cuentos y las diez
novelas, con
la undécima
a punto de salir, y no obstante haberse quedado como finalista para el Premio
Rómulo
Gallegos por
Lodo (2002) y haber merecido el Premio Grijalbo para Mis mujeres muertas
(2012),
Guillermo Fadanelli no atrae la atención de la crítica anglosajona. La base de
datos de
MLA registra
sólo diez artículos sobre su obra. La siguiente conversación contribuye tal vez
la
primera
entrevista académica con esta figura reconocida en las letras hispanas.
Emily Hind:
Me intimida hacer esta entrevista porque oigo los chismes que circulan
en el mundo
literario acerca de tus gustos por la cocaína y el alcohol.
Guillermo
Fadanelli: N’ombre. No hago demasiada vida social con otros escritores.
Hay en esto
de mi persona un poco de mito, debido probablemente a que no estoy
muy
presente. Trato de mantenerme apartado. No me agradan las multitudes y
tampoco las
reuniones de supuestos colegas, aunque no creo tener enemigos en el
medio de la
literatura. Soy bastante tranquilo. No te preocupes, querida Emily.
EH:
¿Cuál es la relación entre droga y literatura?
Hind 307
GF:
Bueno. Yo creo que es una relación tangencial. No es conveniente mezclar la
vida personal con la literaria. Tampoco soy un
cronista de mis vicios, mas, eso sí, me
gustaría hacerme de más vicios. Y aunque en
realidad poseo pocos creo que éstos
deben de ser bien cultivados, alimentados y bien
tratados para que se conviertan en
virtudes. No sé si haya alguna dirección
moralista en lo que acabo de decirte, pero
creo que un vicio bien tratado, aunque parezca
mentira, es un vicio equilibrado y
equivale a una virtud. Existen tantos mitos al
respecto de la relación entre drogas y
literatura y entre ellos se encuentra el mito
del escritor que acude a las drogas o al
alcohol para escribir. Sirve la mesa con el fin
de que sus vicios, los placeres
mundanos, el hedonismo, etc.…convivan y den vida
a los personajes de su obra. Yo
intento no mezclar ambos mundos. Y además no me
parece que el hecho de ser un
escritor alcohólico o drogadicto posea un valor
por sí mismo. Me interesa un escritor
si escribe obras que me conmueven. Si además es
un párroco de pueblo, o un
alcohólico ello es sólo una añadidura, una
anécdota. En mi caso la relación entre
drogas y literatura no se ha presentado como un
dilema importante. Lo que da
sustancia a mi escritura es el desasosiego, la
necesidad de vivir e imaginarme otra
realidad. Hoy prefiero la soledad continua e
íntima a la soledad demasiado ruidosa de
las noches largas.
Hace
veinticinco años fundé con un grupo de personas una revista
underground. Se llamaba Moho y los autores no
firmaban sus escritos. Se trataba de una
revista en teoría sin autores, dadaísta, plagada
de tintes oníricos y autobiográficos,
urbana en esencia, y digamos apasionada y
juvenil: el cuerpo como campo de batalla,
el sexo, las drogas, las noches eternas, la
autodestrucción—como si lleváramos a la
realidad las palabras de Pessoa, “Para
comprender me destruí”. La comprensión vía la
autodestrucción. Tales impulsos se hallaban
presentes en aquella revista que iniciamos
hace muchísimos años y que se tornó un punto de
encuentro entre escritores, artistas
y personas comunes y corrientes. Sin embargo, mi
vida como escritor, es más bien la
vida de un escritor solitario. Nunca asistí a un
taller literario, pero no rehuyo a las
charlas sobre literatura. Cuando tengo que
aparecer en público prefiero la
conversación a la conferencia. En fin, creo que
el alcohol o la cocaína pueden
considerarse buenas formas de afectar la vida,
aunque no la escritura, a pesar de que el
alcohol, por ejemplo, puede hacerte más sensible
respecto a los estados del alma, al
temperamento espiritual, al conocimiento del ser
humano y de su esencia, en caso de
que exista una esencia del ser humano, lo cual
dudo. La literatura es un camino
distinto de la autodestrucción. [Se ríe.]
EH: Me parece
curioso que durante las últimas décadas las leyes de prohibición
alrededor de las drogas continúen más o menos intactas,
mientras que las prácticas
alrededor de la censura cambiaron.
GF: Sí, cuando
menciono el tema de las drogas cito a Teofrasto Paracelso. Él
consideraba que el veneno era sólo la dosis. Yo creo que el
término universal o
abstracto de drogas es mucho más inmoral que eficaz a la
hora de describir ciertas
sustancias estimulantes. He escrito en apoyo a la
legalización de las “drogas”, y
principalmente acerca del respeto que debemos mostrar por la
decisión de todo
individuo a consumir cualquier sustancia mientras él no
cause daño a los otros y
mientras no perturbe a la comunidad. Me parece importante
conocer y reflexionar al
respecto de las sustancias que uno consume y estar
conscientes de la relación íntima y
personal que uno establece con cada sustancia prohibida por
el Estado. En el fondo
del asunto se encuentra la ausencia de respeto a la libertad
individual y a los derechos
que el hombre tiene para ejercer sus capacidades lúdicas de
la manera que desee. Y si
tuviera yo que dar una definición abstracta de literatura,
diría que la literatura prolonga
el sentido de la libertad. Un escritor que es esencialmente
libre a la hora de imaginar y
construir sus historias, tiene en consecuencia que oponerse
totalmente al hecho de
que otros decidan acerca de aspectos tan íntimos en su vida
como el consumir una
droga o beber un determinado licor. No estoy de acuerdo con
la prohibición de las
drogas. Mas creo que es deseable una mejor educación pública
y la existencia de
instituciones que regulen a los monopolios y verifiquen la
calidad en el mercado de las
sustancias ahora prohibidas. El problema no son las drogas.
El problema es la
patanería, la ausencia de diálogo, el salvajismo, el
primitivismo civil y la imposición de
los prejuicios ignorantes. Los estados alterados me
interesan como estímulos al
conocimiento y como horizonte de la curiosidad. Y a veces
también como un camino
hacia el olvido, no de los otros sino de uno mismo. El
habitar un letargo, el hacerse a
un lado y habitar en la periferia de lo que es considerado
importante, de lo histórico,
de
lo literario incluso.
***
EH: Yo también
me río mucho [al leer] El día que la vea la voy a matar. Eres un escritor
muy humorístico. Al leer tu obra en orden me da la impresión
que tal vez podríamos
inventar una etiqueta mejor que literatura basura. Me parece
significativo un diálogo
en Clarisa ya tiene un muerto, justo cuando el protagonista
confiesa “le pregunté sólo por
morbo” (206). ¿Qué es ese morbo? ¿Será un término más exacto
que basura, ya que esos
textos se van a reeditar algún día como obra completa?
GF: Es posible
que el morbo—o la atracción hacia personas y acontecimientos
desagradables—sea parte de una literatura esperpéntica o
hiperrealista. Yo tomé el
nombre basura del cineasta John Waters, quien creaba
personajes totalmente alejados
de la ortodoxia. Excéntricos y desmesurados. Nada formales.
Él lo llamaba cine basura,
como una forma de llamarle al cine popular, vulgar, y además
enloquecido. Tomé ese
nombre porque en la época de la revista Moho, varios relatos
de El día que la vea la voy a
matar se publicaron en sus páginas. Había en el aire de ese
entonces un deseo
entusiasta de transgredir, de ser desmesurado, y sobre todo
de renunciar al canon
literario; había que considerarse efímero, carente de valor
para el futuro, auto
destructivo y anti-canónico. Por eso es que nombré a mis
relatos literatura basura. Por
supuesto que el humor morboso está allí, lo morboso como una
especie de curiosidad
malsana, un deseo de hurgar en la vida repugnante de algunos
personajes. Ahora bien,
tal como lo explico pareciera que estoy recitando un
manifiesto a la manera
vanguardista de principios del siglo XX, pero existía en los
editores, artistas y
escritores de Moho la necesidad de mofarse y hacer escarnio
de los seres humanos; y
de no detenerse en minucias o finuras del lenguaje. En
consecuencia, preferíamos los
trazos gruesos, azarosos y muy disparatados a la hora de
crear personajes o escenarios
urbanos. Reeditamos El día que la vea la voy a matar en
Editorial Moho. Si soy honrado,
te diría que me satisface aún su contenido pero me siento
alejado de los relatos.
Yolanda Martínez, mi mujer, coreógrafa y directora de la
editorial, insistió en
publicarlos nuevamente después de veinte años. El pudor es
importante en un escritor
que se respete. Reconocí mi humor en esas hojas e incluso
cierto temperamento
fatalista y morboso, como bien señalas: un temperamento
lúdico, turbio que todavía
me
acompaña.
***
Continúa: