domingo, 1 de mayo de 2016

50 MANERAS…


Vivía en una colonia llamada Rinconada Coapa, y escuchaba una canción de Paul Simon. Y no me avergüenza recordarlo porque mi pasado es oro junto a mi presente. “50 formas de dejar a tu amante”, se llamaba la canción de Simon, aunque la traducción que hicieron en México fue otra, y yo me aprendí la letra y cantaba porque era adolescente. Ya después uno debe callarse para hacerse el maduro. Y la canción decía: “El problema está dentro de tu cabeza”, “Simplemente escápate sin que te vean”, “No necesitas discutir mucho, sólo arroja las llaves y libérate.”, Frases así rezaba la canción. Y cuando crecí pensé escribir un libro que llevara ese título, “50 formas de perder a quien amas.” Pero después me puse serio y comencé a leer libros serios y el camino se torció. Debí escribir aquel libro, porque yo soy bueno en hacer sufrir a quienes me quieren y podría dar esos cincuenta consejos sin pestañear. Ya después esos “que me quieren” se acostumbran a mí como a la lluvia, o se van.
     Intenta ser elegante cuando nunca lo has sido y causarás pena y tu amante se entristecerá hasta desear la horca. Y dile que su rostro te recuerda una canción, cuando en verdad te recuerda a otras cincuenta mujeres y ella lo sabrá, no sé de qué manera lo hace, pero sabe que mientes y entonces la perderás. Y si ella tiene un perro dale de comer croquetas en la palma de tu mano y la mascota pensará lo mismo que ella, que eres un hipócrita porque estás a punto de vomitarte y ambos escucharan el tenebroso sonido que comienza a crecer en el esófago o en esa región extravagante que la gente llama “entrañas.” Debí haber escrito aquel libro porque en esos tiempos no tenía ningún motivo, ¿no es así como, de la nada, aparecen los buenos libros? Sin tener ningún motivo. Ahora poseo experiencia, sí, por desgracia tengo experiencia y soy observador y veo las arrugas nacer a muchos años de distancia. Hoy debería intentarlo de nuevo, volver a las orillas del Canal de Cuemanco y escribir “Cincuenta maneras de perder la muerte”, de escaparme sin que me vean, de arrojar las llaves que guardo en la cabeza y liberarme. “No necesitas discutir mucho”, si quieres perder o dejar a quien amas y ahorrarte cuarenta y nueve escalones entonces comienza a discutir con ella. Y un hoyo se abrirá bajo tus pies; discute e intenta solucionar los problemas con palabras y lo que antes era roca se convertirá en arena, discute, argumenta, abusa del lenguaje y ella se irá aunque permanezca a tu lado y cante las canciones que a ti te apena recordar. Si no quieres extraviarte agacha la cabeza, ponte la cadena en el cuello y pon lodo en tus oídos. No hemos escuchado nada, no sabemos nada, no podemos añadir nada a lo escrito, acaso arriesgar una frase como: “¿Has notado que ya nadie habla del Monte Everest?”, o: “Me parece sumamente extraño que las enfermedades se curen.” Una observación y la mirada al piso. El libro en ese entonces, quiero decir el libro que debí escribir cuando escuchaba la canción de Simon, habría sido una inocente obra maestra que nadie habría leído porque el adolescente que escribe no escribe, sino solo crece como el árbol. Y una obra que no lee nadie más que quien la escribe es pura y existe por sí misma. Si quieres perder a tu amante no tienes más que desearla y ella se irá, y tú subirás al autobús, arrojarás la llave, no discutirás y te liberarás. “Ella me dijo, me duele mucho verte sufrir así, ¿qué puedo hacer para verte sonreír de nuevo?” Y una mañana mientras ella preparaba su té, salí de su casa y no volví, tomé el autobús y arrojé las llaves en una coladera, no junto a un árbol, porque llegan manadas de perros que lo mean todo, los malditos perros. Ahorra, compra unos zapatos resistentes y aléjate, deja a quien amas, camina hasta que tus rodillas se astillen y tu corazón comience a pensar en él mismo. O toma una botella de alcohol en las mañanas y así la dejarás a ella, a ti, y tus amigos vendrán o te esperarán en el autobús, allí estarán, en el asiento catorce, en el veintidós, te dirán: “pendejo, te hemos esperado mucho tiempo, el chofer fue a despedirse de su esposa, pero ahora vendrá y nos pondremos en marcha.” Debí escribir ese libro, cursi y redundante, ¿no es tal la senda del perdedor? Una senda que termina en el presente. Me ha tocado el asiento número nueve. ¿A qué horas nos ponemos en camino?  


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 18 de noviembre de 2013.