miércoles, 27 de mayo de 2015

ESCONDERSE


¿Qué puede llevar a un hombre a salir de su casa todas las noches y visitar antros, bares, casas desconocidas, entablar conversación con extraños, despertar en camas ajenas y beber toneladas de licor hasta delirar y convertirse en una versión disparatada de sí mismo? No puede ser sólo el afán de divertirse o de obtener placer; es también o sobre todo el impulso el que lo mueve a la aventura y a la travesía nocturna. “De la destrucción nacerá la primavera.” Esta exclamación de Holderlin expresa la esencia de la voluntad heroica que mueve al conocimiento del mundo y de uno mismo. Cuando uno vuelve de madrugada o días después de un periplo lúdico tiene la sensación de que ha vuelto material y simbólicamente de una batalla en la que destruirse es un rasgo fundamental de la victoria. ¿Y qué escenario más adecuado para el combate heroico que la noche? Todos los caminos románticos conducen hacia la autodestrucción, concluye Rafael Argullol y tal afirmación no puede ser más certera. El sencillo hecho de ver pasar el tiempo nos consume, pero el sentimiento trágico que en algunos provoca la caída en el tiempo o el continuo desvanecerse en vida hace más evidente el final. El romántico busca adelantar la muerte, provocarla, para así vivirla en un instante en el cual se condense la vida. Tal instante puede ser una noche de juerga, una visita hacia las entrañas nocturnas o los bajos fondos de la ciudad. La religión individual que profesa el aventurero nocturno es lúdica y se halla expuesta a múltiples vaivenes; el vagabundo romántico suele abominar de los planes premeditados y se interna, como el guerrero quijotesco, en busca de delirios que se tornan reales y peligrosos. Para Holderlin, la vida planeada, serena y sin sobresaltos era una vida muerta; Dostoiewski detestaba las ciencias naturales y las acusaba de haberle echado a perder la vida; John Keats, como sabemos, odiaba las matemáticas y el agrimensor de El Castillo, creado por Kafka, consumía sus días sin medir ningún espacio ni realizar cálculo alguno. El Espíritu romántico avanza lejos del orden y repudia la medida precisa, se resiste a habitar un mundo explicado y prefiere vivir la naturaleza que conquistarla. En todo caso sus conquistas son golpes de efecto, guiños, simulacros. Por ello la travesía nocturna pasa del levante a la deriva, del estruendo a la calma. Los bajos fondos de una ciudad inmensa, sus drenajes borrachos y las coladeras negras y festivas animan tal travesía y la estimulan. Y cada vez que un escritor, un artista o cualquier persona más afortunada se vanagloria de haber navegado en esa oscuridad urbana y metafísica continúa el camino trazado por los románticos de todos los tiempos. La ciudad de México es, debido a sus dimensiones, una estación en el infierno y también una fuente de vida. Ninguna razón prudente podría explicar el hecho de su supervivencia. El historiador Antonio García Cubas aludía con dolor a los pendencieros, ladrones y basura humana que una vez apagado los faroles de los balcones y comercios transitaban por las calles oscuras de la ciudad a finales del siglo XVIII. Ha sido un largo transitar desde entonces y en ese camino la mancha urbana ha crecido hasta ahorcar y acabar con una ciudad de dimensiones humanas.
     La gran ciudad hoy se ha tornado monstruosa como concepto, aunque habitable si uno conoce el paradero de sus escondites o remansos. La calma soterrada convive hoy con la tragedia repentina y para quien haya vivido a fondo la ciudad no habrá más posibilidad de distancia: a una exaltación de aventura se une la conciencia de la pérdida y el terror. Isaiah Berlin al referirse a los románticos dice que éstos “oscilan entre dos extremos: el de un optimismo místico y el de un pesimismo aterrador; y esto provoca que sus escritos sean de calidad desigual.” Berlin tiene razón, la enfermedad y la salud son los polos del espíritu romántico y la ciudad de los tres siglos recientes el más importante escenario de su actuación. Tal vez el momento de esconderse y dejar de aventurarse en la noche y en la calle sitiada por extraños ha llegado. Si no para la época actual, al menos para mí.             

Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 11 de mayo de 2015.