lunes, 15 de noviembre de 2010

LOS FALSOS PLACERES



En Cool memories, Jean Baudrillard exalta, como pienso tendrían que hacerlo muchos hombres, el hecho de que una mujer simule un orgasmo. En realidad nadie sabe qué cosa es un orgasmo excepto quien lo siente, o también los científicos que van de un lado a otro con su cinta métrica midiéndolo todo sin ningún pudor. Pero lo que hace Baudrillard es alentador porque destaca la actuación femenina en el teatro de la cama. ¿Quién reconoce a ese grado el esfuerzo histriónico de tantas mujeres anónimas? No sólo se entregan (la verdad es que ninguna mujer se entrega totalmente) a hombres torpes o anodinos, sino que además les ofrecen actuaciones espléndidas que suponen en ellas un talento nato. Simular el placer es un acto de cortesía casi tan generoso como donar órganos o quitarse el pan de la boca para ofrecérselo a un hambriento.

Por el contrario, tener un orgasmo real no guarda ninguna virtud ya que representa justamente lo esperado: es el resultado de una suma. No descubro ningún misterio en entrar a un restaurante, ordenar a la mesera una ensalada, esperar una ensalada y descubrir que al cabo de unos minutos aparece sobre mi mesa una ensalada. Lo extraordinario sería que en vez de ensalada apareciera de pronto una sopa de médula o un plato con insectos torturados. Entonces sí que la vida podría comenzar a ser interesante, un plato de insectos puede ser el principio de una dicha invaluable. Pienso que el placer no contiene en sí misterio o virtud, pero el simular placer, como toda buena actuación, linda con el arte, es decir con el estar sin estar. Todas las mujeres son artistas porque cuentan con el don de la desaparición, se escapan a voluntad y se vuelven núcleo, ensimismamiento, origen. No concibo un acto más sublime que el de estar sin estar pues, bien mirado, simular placer es lo más parecido a tenerlo.

Parece tan difícil encontrar el amor de tu vida cuando en realidad tienes muchas vidas, dice Baudrillard en sus breves memorias. Y este es nada menos que el lado contrario a la cara femenina de la moneda. No se puede tener un amor único porque dentro de cada uno de nosotros habitan varias personas con gustos o vidas diferentes e incluso opuestas. Simular que uno ha encontrado al amor de su vida es tan generoso, cortés e inteligente como simular un orgasmo ya que en ambos casos se actúa tratando de ofrecer un poco de verdad al otro. Y uno desaparece mientras ofrece ese poco de verdad, se concentra en sí mismo y se convierte en una especie de oquedad estelar. El constante escapismo que muestran estos actores (la que simula orgasmos y el enamorado fiel) en el drama humano es, en esencia, el semblante del vivir.

Yo sé que sonará a una tontería pero debemos tomar en cuenta que tener placer es en realidad y en última instancia no tenerlo. Vladimir Nabokov, en sus Habla memoria se pregunta como "combatir la absoluta degradación, el ridículo y el horror de haber llegado a tener una sensación y un pensamiento infinitos en el seno de una existencia finita." Nosotros, hombres de carne y hueso, bultos jadeantes que apenas viviremos unas cuantas décadas, ¿qué derecho tenemos a hablar del infinito? Y, sin embargo, lo hacemos y nos conmovemos cuando hablamos de asuntos como el amor eterno o el placer intemporal. Y las palabras del autor de Lolita me remiten en seguida a la idea del deseo que no puede ser colmado porque en su insatisfacción radica su poder. Por eso es inteligente una mujer que simula tener placer. Ella sabe que simular es la única manera de obtenerlo, de invocar el infinito desde un cuerpo finito. Ahora bien: ¿cómo saber que una mujer simula placer? Es muy sencillo: ¡debemos darlo por sentado! Hay que ser muy vanidoso para considerar que uno puede causar placer, hay que ser un imbécil. Ella simula porque es inteligente, y hay que aceptarlo como lo hace Baudrillard en Cool memories pensando, seguramente, en las italianas.


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 15 de noviembre de 2010.